sábado, 13 de julio de 2024

1. Impactante Manhattan


Vista de la isla de Manhattan desde Brooklyn

Todos la hemos visto. Los que hemos estado, por supuesto. Y los demás, también, aunque lo ignoren. Nueva York forma parte del acervo cultural de la humanidad y el cine o los informativos nos la han presentado desde niños. Por eso a nadie le resulta desconocida la considerada capital del mundo. Pese a ello, en directo impresiona. Ese revoltijo de rascacielos amogollonados, casi apretujados y prácticamente al nivel del mar, conforman un skyline único. Y descubrirlo casi abruma.

Puente de Brooklyn con Manhattan al fondo

Llegamos a Nueva York la tarde del 29 de junio de 2024 para disfrutar dos de semanas dedicadas a esta inmensa urbe. Un período más largo de lo habitual para un turista, debido al alojamiento gratuito mediante el sistema de intercambio de viviendas a través de Home Exchange. Una pareja de Brooklyn nos cedió su apartamento, pequeño pero acogedor y suficiente para dos personas; como compensación no obligatoria, acogimos durante diez días a un grupo familiar compuesto por dos parejas y dos niños en nuestra casa de Candeán. En otra entrada daremos más detalles del proceso, pero avanzar que todo salió a la perfección, en una casa y en la otra.

Para moverse en Manhattan un plano de este tipo es básico. Por situar a quien no la conozca: en la esquina sur es Wall Street, el distrito financiero, y al norte Harlem, debajo Central Park y más abajo barrios conocidísimos como Chelsea, Greenwich Village, Soho o Chinatown. En el mapa inferior, algunos de sus atractivos principales: Grand Central Station, la sede de la ONU, Times Square, la zona cero del 11-S y muchos más. 


Al día siguiente de la llegada, el primero hábil, y domingo, decidimos empezar a conocer la megalópolis caminando, a nuestro aire, sin agobios, ya que el jet-lag es una carga que hay que ir soltando poco a poco. Desde nuestra casa en Brooklyn fuimos caminando hacia el borde litoral, en el East River, pero ya cerca de su confluencia con el Hudson River. Antes habíamos buscado una estación de metro con personal para adquirir un pase semanal, lo que no fue sencillo y tampoco dio buen resultado, pero ya lo contaremos Y es que el día anterior nos resultó un poco complicado ir en metro desde el aeropuerto JFK hasta nuestro apartamento.

Retornando a este primer paseo, al llegar al Brooklyn Heights Promenade, un balcón frente a Manhattan y junto al East River, se nos apareció en toda su grandeza el skyline de la ciudad. Y al lado, muy cerquita, el también inmensamente famoso puente de Brooklyn, que atravesaríamos caminando unos días después. Esa primera vez quedas como noqueado ante semejante panorama.

Disfrutando de las vistas en el Brooklyn Heights Promenade

Para los no familiarizados con Nueva York, aclarar que se encuentra en el interior de un estuario, y que su distrito más famoso es la isla de Manhattan, en la que viven 1,7 millones de personas en un territorio de 22 kilómetros de largo por algo menos de 4 de ancho. La ciudad incluye otros cuatro distritos: El Bronx (al norte de Manhattan), Queens y Brooklyn, lindantes entre ellos (este y sur), y Staten Island (suroeste), el menos poblado y de escaso interés. Aunque Queens y Brooklyn tienen más población que Manhattan, su mayor extensión reduce la congestión humana. Manhattan está totalmente ocupada, no hay espacios libres para construir. En total la ciudad tiene casi 9 millones de habitantes y es una urbe multicultural con un 30% de hispanos, un 15% de afroamericanos, otro tanto de asiáticos, aunque según la fuente los porcentajes pueden variar. Queens acoge a 2,4 millones de habitantes, Brooklyn 2,7, El Bronx 1,5 y Staten Island medio millón.


En Nueva York hay varios túneles que la conectan con Brooklyn y con la vecina Nueva Jersey (estado ubicado al oeste de NY, el lado contrario a Brooklyn), pero la seña de identidad son dos puentes muy conocidos y muy juntitos: Brooklyn y Manhattan, construidos en la parte final del siglo XIX y principios del XX.

Manhattan, el East River y los dos puentes mencionados

Construir el puente de Brooklyn llevó trece años y batió en su momento varios récords: fue el primero suspendido mediante cables de acero, con sus 1.825 metros era el puente colgante más largo del mundo cuando se inauguró y durante la obra falleció su primer director y el segundo resultó gravemente dañado en su salud.

Puente de Brooklyn, una obra icónica inaugurada en 1883 tras morir sus dos directores

El ingeniero John A. Roebling, de la vecina Nueva Jersey, fue el responsable del diseño del puente y dirigió las obras, con la mala suerte de que un ferry que golpeó el muelle le atrapó un pie. Unas semanas después falleció de tétanos, pese a que para evitarlo le habían amputado la extremidad afectada. Le sustituyó en el cargo su hijo Washington, que tampoco completaría el proceso. 

Enormes pilares del puente en la zona de Dumbo, Brooklyn

Para construir las bases de los pilares se empleaban buceadores, y él mismo bajó al fondo del río. En aquellos tiempos se ignoraban las graves consecuencias de volver rápidamente a la superficie, el conocido como síndrome de descompresión, que en su caso le afectó gravemente tras uno de los descensos. Para concluir las obras, convenció a su mujer Emily de que se convirtiera en su ayudante, comunicando las instrucciones de Washington a los distintos encargados. 

Pasarela peatonal con suelo de madera en el centro del puente, sobre los vehículos

Así se llegó al final de unos trabajos que fueron muy valorados: el primer día en servicio lo atravesaron 1.800 vehículos y 150.000 personas por la pasarela central, diseñada para el tránsito peatonal. Otro duro peaje fueron los 27 obreros fallecidos durante las obras.

Como turistas aplicados pasamos andando el puente, un trayecto habitualmente concurrido

Desde el principio tuvimos claro que íbamos a realizar la travesía peatonal partiendo de Brooklyn, y la encajamos en nuestra agenda. Es un trayecto de casi tres kilómetros y para iniciarla es preciso llegar al lugar donde se accede a la pasarela, a cierta distancia del East River. Era un día de calor intenso, como lo fueron la mayoría, nada sorprendente un julio en Nueva York. El paseo resultó agradable, siempre rodeados de gente, y en un ratito llegamos a Manhattan, muy cerquita de Chinatown. 

Puente de Manhattan, que entró en servicio el último día del año 1909

El puente de Manhattan, que discurre próximo al de Brooklyn, alejándose según se acerca a Manhattan, es también una obra espectacular, pero mucho menos icónica. Entre ambos transcurrieron 36 años: fue inaugurado a finales de 1909, tras ocho años de trabajos.

Tremendo rascacielos construido junto al puente de Manhattan

Estas casi cuatro décadas entre uno y otro permitieron sumar a vehículos y peatones el trazado del metro, que por entonces llevaba cinco años funcionando en Nueva York. El puente tiene dos niveles operativos para el tráfico; en el superior, cuatro carriles para coches, y en el inferior tres más de vehículos y cuatro para los trenes, además de un paso de peatones y una vía para ciclistas.


Los dos puentes están a muy poca distancia en Brooklyn, pero más separados en Manhattan, y son claves para la movilidad de la ciudad, especialmente de vehículos, ya que el metro tiene líneas subterráneas que cruzan bajo el cauce del East River.

Sin entrar en profundidades ni en valoraciones estéticas, la diferencia más evidente entre ambos es el tremendo estruendo que provocan los trenes al cruzar el de Manhattan, construido en hierro. Es un ruido intenso y muy molesto, y nos preguntamos como lo llevarán el vecindario y quienes trabajen por allí.

Edificio One Vanderbilt, el cuarto en altura de la ciudad

Antes del viaje le habíamos dado muchas vueltas para decidir el mirador elevado que reservábamos para tener una visión aérea de la ciudad, algo obligado para turistas primerizos en NYC. Después de sopesarlo elegimos el Summit, construido en la cúspide del edificio One Vanderbilt, y reciente, pues fue inaugurado en octubre de 2021. Solo decir que acertamos de pleno. Previamente habíamos descartado un viaje en helicóptero por su precio elevado, cerca de 300 dólares el más corto, de 12 a 15 minutos, y que no resulta agradable el pulular de helicópteros sobre la ciudad, molesto y atronador Quede claro que tampoco subir al Summit fue barato, son 60 dólares persona por lo que llaman experiencia, con 10 más de suplemento si se prefiere la hora del atardecer. Consideramos este dinero muy bien empleado.

Las tres plantas de color más claro (la 91,92 y 93) son el mirador del Summit

Hicimos la reserva y el pago antes de salir, y debíamos acudir a una hora prefijada. Diariamente lo visitan cientos, quizás miles de personas, y la cola en la planta baja era densa. Rápidamente nos organizaron para darle algo más de contenido, tras una revisión de mochilas (habitual en Nueva York, siempre hay controles de seguridad), fotos recuerdo que luego te venden y subida en un ascensor-cohete que tarda escasos segundos y a veces provoca rechinar en los oídos.

Debido al suelo de cristal, hay que envolver los zapatos

Manhattan desde el cielo es otro espectáculo soberbio, no cansa

La diferencia principal del Summit sobre otros miradores es que permite una visión de 360 grados sobre Manhattan desde las tres plantas que ocupa. El One Vanderbilt es el cuarto edificio más alto de la ciudad, con 427 metros, ocupando el puesto número uno el One World Trade Center, con 541, una de las siete torres levantadas junto a los edificios de los atentados del 11-S. Para comparar las alturas se incluyen las agujas que los coronan.

Manhattan y el Hudson River a los pies del visitante

El Summit ocupa la plantas 91, 92 y 93, que están a 330 metros de altura, lo que permite superar a la práctica totalidad de los demás edificios y conformar una visión desde arriba, pensamos que parecida a la del helicóptero y mucho más tranquila.

Ante nosotros Brooklyn, el East River y el edificio Chrysler (319 metros), otro de los megafamosos

Una vez arriba no hay límite de tiempo para la visita. En la primera planta, casi emocionados, los visitantes nos dedicamos a ver la ciudad desde todos los ángulos, disfrutando de un paisaje único. Plano a plano, la vas chequeando, sorprendido ante semejante conjunto.

La visión del Empire State Building es perfecta desde el Summit

En uno de los requiebros apareció ante nosotros el Empire State Building, posiblemente el más famoso rascacielos y en el que también hay un mirador. Motivos tiene para la fama: fue el primer edificio de más de cien pisos y durante cuarenta años el más alto del mundo, concretamente desde su inauguración en 1931 hasta que se acabó la torre norte del World Trade Center en 1971. Casi resulta macabro señalar que, tras la voladura del 11-S, volvió otra década a ser el más alto. Sorprende saber que pese a sus dimensiones y sus 381 metros de altura, se construyó durante la Gran Depresión en solamente catorce meses.

El edificio que sobresale es The Edge con su famoso mirador en una terraza exterior

El recorrido circular permite seguir analizando los edificios que rodean al Summit, entre ellos The Edge, uno de los miradores de moda por la novedad de su balcón, considerado la terraza exterior más alta del hemisferio occidental. Abrió en marzo de 2020 coincidiendo con la pandemia.

El milagro de Central Park rodeado de edificios gigantescos

Ante nosotros apareció otro de los iconos de la ciudad, el famoso Central Park, el pulmón de Nueva York, de trazado rectilíneo tan del gusto norteamericano.


Suelo y techos del Summit son espejos, que junto con las paredes de cristal provocan la sensación de estar casi en el aire sobrevolando Nueva York. Un placer para la vista.


Una amplia habitación de la segunda planta contiene la concesión a los más pequeños, con centenares de globos color plata sobrevolando entre los visitantes, que los golpean y ponen en movimiento de nuevo. Muy efectista.


Los efectos en el Summit son variados, como una zona acristalada que permite ver el piso inferior del mirador y, con el efecto espejo, retratarte. Los creadores de este mirador se lo han currado, y no nos extrañó para nada el éxito que disfruta, salimos encantados.

Toro de Wall Street, convertido en símbolo en poco tiempo

La parte sur de Manhattan la vimos en un free tour con Gabriel, un argentino con 30 años en NY y veterano guía. Estábamos citados en el fuerte Clinton (ya hablaremos de él), en nuestro caso regresando de la isla de Ellis. Gabriel resultó ameno, como corresponde al estilo argentino, y tenía tal dominio del idioma local que se pasaba al inglés en un tour en español. Con él pasamos por la Bolsa de la ciudad, comúnmente conocida como Wall Street. Muy cerca, junto a un parque con historia, Bowling Green, el primero que existió en la ciudad, se encuentra esta llamativa escultura. Es obra de Arturo di Modica, quien instaló Charging Bull (toro embistiendo) frente a la Bolsa sin permiso de nadie en diciembre de 1989 pese a sus 3.000 kilogramos de peso, alquilando para ello una camioneta y tras invertir en la empresa 300.000 dólares. Era antes del 11-S, hoy sería imposible. Fue retirada, obviamente, al carecer de permisos, pero el clamor popular obligó a reubicarla muy cerca, junto al parque citado. Ahora ya está considerada un símbolo del pueblo estadounidense haciendo frente a los poderes financieros y es objeto de fotos constantes. Los turistas se fijan especialmente en la zona de sus testículos, toda vez que cuenta la leyenda urbana que "quien el toca un huevo al toro vuelve a Nueva York, y si le tocas los dos vuelves con dinero". Así que en base a esta tontunez había cola para fotografiarse con el bicho, por delante y por detrás. 


Esta pequeña zona verde, llamada Bowling Green, data de 1733, en la época holandesa de Manhattan, y su nombre viene de la práctica de este deporte. Todavía hoy está rodeado por la valla original.


Pero frente a la Bolsa se instaló en el muy reciente 2017 la Fearless Girl (Niña sin miedo), obra de Kristen Visbal, en este caso con finalidad comercial.
La niña sin miedo

Fue encargada por un fondo que invierte en empresas dirigidas por mujeres para destacar el empoderamiento femenino, y se instaló la víspera del Día de la mujer trabajadora frente al toro, pero de manera temporal, solo por 30 días. Así comenzó la historia, que acabó de forma muy diferente. Al autor del Charging Bull no le gustó que la niña estuviera frente a su obra, convirtiendo al toro casi en el villano de la película, y pidió su retirada. 


Pero como había caído en gracia, se decidió instalarla de forma permanente delante del edificio de la Bolsa, donde la cola es constante para fotografiarse con ella.

La Bolsa de Wall Street patriótica... en los días previos al 4 de julio


Pasado el Día de la Independencia desapareció la bandera gigantesca de la primera fotografía y se quedaron las habituales. Toda la zona está peatonalizada y supervigilada. Hay enormes bloques metálicos que impiden el acceso de vehículos no autorizados y abundancia de agentes y vigilantes. El 11-S ha dejado secuelas. Respecto a la Bolsa en sí, poco que decir que no se sepa del principal centro de compraventa de acciones del mundo y con más de 200 años de existencia.


Siguiendo por el área con nuestro guía conocimos Stone Street, nombre nada imaginativo para una calle adoquinada de la época holandesa cuando Manhattan se llamaba Nueva Ámsterdam. Está repleta de locales de comida y bares, con sus terrazas ocupando la calzada. Sorprende ver una calle con suelo de piedras aquí.

Edificio de The Fraunces Tavern, donde se reunían los revolucionarios norteamericanos

En la misma zona, un edificio de más de tres siglos que empezó como residencia del alcalde, pero unos años después se transformó en una taberna que ha llegado hasta nuestros días. Parte de los materiales empleados en su construcción, como los ladrillos amarillos, fueron traídos de Holanda. Alberga también un museo, que no vimos.

Una de las salas de The Fraunces Tavern, que funciona desde 1760

Fue centro de conspiración de Washington, Jefferson y otros destacados dirigentes independentistas, y también de la sociedad secreta Hijos de la Libertad antes de la Revolución de las Trece Colonias. En la actualidad su interior sorprende por el sabor a tiempos pasados que allí se respira, un lugar agradable  con varios ambientes para bar y restaurante

One World Trade Center, el edificio más alto de Nueva York, incluyendo la antena

El recorrido del tour, denso, finalizó en la zona del 11-S, donde se ha llevado a cabo en estas dos décadas largas un proceso de reconstrucción que incluye levantar siete nuevas torres, pero dejando libre el espacio que ocupaban los dos rascacielos destruidos. Tres de ellas están todavía pendientes e igualmente se ha levantado una nueva estación de metro, el  Oculus, un parque y otros motivos conmemorativos de la tragedia, que configuran lo que se llama el Memorial 11S.


Cervecería de la zona cero con placas de bomberos y policía del mundo que ayudaron tras el 11S

Muy cerca de las desaparecidas torres gemelas estaba, y está, una cervecería que se convirtió en centro de operaciones de los bomberos. El dueño los consideró héroes y les servía gratis, de resultas de lo cual muchos efectivos de diversa procedencia recalaron allí y dejaron sus emblemas, que decoran totalmente las paredes.

Placa de homenaje a los bomberos: "Puede que nosotros nunca olvidemos"

Puerta del cuartel de bomberos de la zona cero

Los seis bomberos fallecidos el 11-S del cuartel cercano

A muy pocos metros está un cuartel de bomberos, en la misma zona cero, cuyos miembros intervinieron desde el principio para intentar ayudar en la catástrofe. Seis de sus miembros fallecieron, y en la fachada se ha instalado una placa con sus siluetas.

Plano de la zona cero con su configuración actual


El lugar de los cimientos de las dos torres lo ocupan ahora dos enormes piscinas de nueve metros de profundidad. Por las paredes corre agua en pequeños chorritos que luego desaparece en un agujero del que no se ve el final. 

El agua cayendo al vacío infinito representa la desolación por la pérdida de vidas tras los atentados. Los movimientos del agua quieren reflejar las lágrimas.

En una chapa de bronce que bordea las piscinas están escritos los nombres de los fallecidos incluyendo los que iban en los aviones.


Y junto a las piscina, un parque nuevo con 342 robles, uno por cada bombero fallecido en las operaciones de rescate, cada uno con una placa con su nombre.


Especial simbolismo tiene la recuperación del único árbol de la zona que se salvó tras los atentados y la caída de miles de toneladas de escombros. Consiguieron clonarlo y hay una réplica en cada uno de los estados americanos.


Obviamente, el plato fuerte de la zona cero es el museo que recrea las torres y lo ocurrido aquel fatídico 11 de septiembre. Unas torres que por su altura y duplicidad sobresalían claramente en el perfil del sur de Manhattan.

Imagen de los atentados con Manhattan envuelta en humo

El museo está construido en el subsuelo, es amplio, mucho más de lo que parece desde fuera y pasa revista a lo sucedido por medio de imágenes, vídeos, recuerdos, restos de las torres y aportaciones de las familias de los fallecidos.

Cimientos y una columna de las antiguas torres con recuerdos de las familias

Columna retorcida por el fuego

Recuerdos de las familias

Coche de bomberos dañado por los derrumbamientos



Operación de desalojo y rescate. Un aspecto poco conocido es que cientos de miles de personas quedaron ese día bloqueadas en Manhattan, trabajadores residentes en Nueva Jersey,  Brooklyn o Queens que no podía salir de la isla. Tras los atentados se cerraron los túneles y el metro dejó de funcionar. Manhattan quedó aislada. Tras una petición de la Guardia Costera, todos los barcos disponibles se acercaron a los muelles y a lo largo del día evacuaron a medio millón de personas pese al caos imperante. En el museo comparan este hecho con la evacuación de Dunkerque durante la Segunda Guerra Mundial.

Al margen del posible exceso en este paralelismo, pues no había un ejército enemigo atacando y una aviación que bombardeara, la visita al museo, bien diseñado pese al patriotismo de que todo lo impregnan los norteamericanos, sobrecoge y hace recordar lo ocurrido a quienes lo vivieron en la distancia. Para dar una idea de la magnitud del desastre, y que incluso pudo ser peor pese a los 2.753 muertos en los rascacielos (1.106 no han podido ser identificadas), el dato de que en las dos torres se encontraban en ese momento 25.000 personas.

Estación de metro Oculus, del español Santiago Calatrava

A unos pocos metros se ha levantado una nueva estación de metro (en realidad un intercambiador) de grandes dimensiones, el Oculus, que sustituye a la destruida en los atentados. Fue diseñada por el español Santiago Calatrava y en su momento se dijo que ha sido la estación de metro más cara de la historia, superando los 3.700 millones de dólares.



Por fuera semeja un ojo y las pestañas, y pese a su tamaño no da idea de lo que existe en el subsuelo. Cada 11 de septiembre, a una hora determinada en función de la posición del sol, este ojo  se abre durante un rato.

Enorme patio central del Oculus

Una gigantesca terminal con una gran plaza central que hace recordar la Grand Station. Cuenta con numerosos comercios en su interior y una agradable luz natural. Inaugurada en 2016, con años de retraso y un importante sobrecoste, y por ella pasan trece líneas de metro. En esta estación tomamos el metro para Brooklyn al finalizar el tour, y también el día que visitamos el museo por nuestra cuenta.

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