viernes, 5 de julio de 2024

5. Islas de Nueva York

La zona más relevante de Nueva York, Manhattan, es una isla, grandecita pero rodeada de agua por todos lados, aunque tiende a olvidarse. Sin embargo, en esta entrada vamos a revisar las islas pequeñas, empezando por la principal, la de la Libertad, sede de la hiperfamosa estatua del mismo nombre, y la vecina de Ellis, la histórica, el lugar donde durante décadas recalaron millones de inmigrantes. Y aparte de estas dos, la de Roosevelt (alargada, entre Manhattan y Brooklyn); la de los Gobernadores, pequeña, también, pero resultona (al sur de Brooklyn); y finalmente Staten Island, enorme y sin apenas gracia.

Vista de Manhattan desde el barco que lleva a los turistas a las islas de la Libertad y de Ellis

La visita a las islas de la Libertad y de Ellis hay que organizarla,pues hay mucha demanda, ya que son pocos los turistas que recalan en Nueva York y no van a conocerlas. Son un atractivo turístico de primer orden y nosotros fuimos al tercer día de estancia con el objetivo de dedicarles la mañana, para después participar en un freetour por Wall Street. Logramos el triplete, pero tuvimos que trabajárnoslo y procurar que las filas de visitantes no nos engulleran.

Cola para subir a los barcos, cientos de personas a cualquier hora del día

Y eso que la mañana había comenzado atravesada. El metro no llegaba a nuestra estación, espera, agitación entre los viajeros y después de unos avisos por megafonía, relativamente comprensibles, optamos por ir andando a la estación más cercana que nos conviniera, kilómetro y medio. 


Por el contrario, la espera en Battery Park hasta embarcar fue cómoda y a la sombra.


Antes de subir al barco, atestado, medidas de seguridad como en un aeropuerto. Un poco pesado, pero éramos miles de personas día tras día y no quieren correr riesgos. Posiblemente, una consecuencia del 11-S.


Los barcos salen del sur de Manhattan, llegan a la de la Libertad, tras la visita otro te lleva a Ellis y desde allí se regresa en un tercero, por lo que el resultado es casi una sucesión de lanzaderas. La entrada senior nos costó 44,60 dólares a los dos y la empresa que hace el recorrido tiene la explotación en exclusividad aunque puede hacerse también desde Nueva Jersey. Y según te vas acercando a la Estatua de la  Libertad, su tamaño, y el del pedestal, aumentan.


Y el tránsito por esta enorme bahía que da cobijo a Nueva York y a Nueva Jersey permite unas espectaculares vistas de las que nunca te cansas.

En medio de la bahía la enorme escultura compite con los rascacielos

En la ruta recordamos que el autor de la estatua, Frederick Auguste Bartholdi, francés, nació en Colmar, ciudad por la que pasamos no hace muchos años haciendo el Camino de Santiago en Francia. Y también los complicados avatares de su traslado, desmontada, desde Francia hasta Estados Unidos. Un extraordinario regalo del país galo para conmemorar el centenario de la independencia norteamericana que se instaló cuando ya habían pasado 110 años del evento.


Una vez en la isla, no hay otras cosa que hacer que acercarse al pedestal y los interesados pueden subir  hasta arriba siempre que lo hayan contratado; ticket aparte, son 200 escalones. Aunque los sacamos con un mes de antelación, no hubo forma de poder subir a la corona, algo que teóricamente es factible, aunque ese día no vimos a nadie que lo hiciera. Y lo que ya no se ofrece es la opción de ascender hasta la antorcha.


Desde lo alto del pedestal se respiraba mejor por el viento que corría y permitía hacer algunas fotos distintas de la popularísima escultura. Pero estaba lleno de gente y era preciso moverse con cuidado.

Selfie para despedirnos de la Estatua de la Libertad

Las dimensiones de la plataforma donde se levantó el pedestal y en general de todo el conjunto son enormes, pero necesarias para los miles de personas que allí se dan cita a diario. Terminada la visita recuperamos las mochilas de una consigna, pues no permitían subir con ellas al pedestal, y a la cola para el barco de Ellis. Aquí tuvimos mucha suerte, pues cientos de personas aguardábamos protegidos del sol bajo un enorme techado con columnas. Cuando empezó a moverse el gentío exactamente fuimos los últimos a los que dejaron pasar. Estaba completo el barco y el resto tuvo que esperar al siguiente.


Ellis se visita para conocer el museo de la Inmigración, instalado en el antiguo recinto donde los inmigrantes eran revisados y donde se decidía si podían desembarcar. Es poco más que un islote (seis hectáreas), la cuarta parte que la isla de la Libertad, también de reducidas dimensiones.

Museo de la Inmigración de Ellis, antiguo centro de recepción de emigrantes

En la enorme construcción donde se realizaban los trámites para acceder al paraíso soñado se ha acondicionado un museo que intenta recoger todo lo que allí pasó entre 1892 y 1954. 64 años en los que estuvo funcionando y por donde pasaron 12 millones de inmigrantes.

Great Hall de la isla de Ellis, obra también de Guastavino

Si la foto superior a alguien le recuerda la cúpula de la Grand Station, que no se extrañe. Es igualmente obra del español Rafael Guastavino y sus similitudes son evidentes.

Imágenes del recinto con inmigrantes cuando era centro de recepción

Eso si, el parecido del recinto cuando estaba en uso y en la actualidad es mínimo. Estaba diseñado para atender a cientos de personas cada día, con bancos, vallas, oficinas, mesas para los funcionarios, que trataban con personas humildes y de escasos recursos que acababan de hacer una larga travesía por mar. Por tanto, sus condiciones físicas solían ser lamentables, y no hablemos de su estado de ánimo, pendientes de saber si finalmente podrían entrar en el país al que querían emigrar. Y qué pasaría con su vida después. Sin hablar de la ruptura con su país de origen, con su gente y sus familias. Escenario de millones de dramas, indudablemente.

Camas para los inmigrantes que debían pernoctar en Ellis

Normalmente, el paso por Ellis duraba unas horas, pero si la documentación no estaba completa, presentaba síntomas de alguna enfermedad o nadie iba a recogerlo, podía pasar días o incluso semanas en las dependencias de Inmigración.


Se estima que la inmensa mayoría de los que llegaban lograron entrar, y solo un 2% fue deportado, principalmente delincuentes o personas con enfermedades infecciosas. Recorrimos con interés las numerosas salas de este remozado museo, que fue reabierto en 1990 tras unas costosas obras de adaptación (160 millones de euros). Hay cientos de fotografías, salas donde se disecciona quien llegaba, de donde, por qué, como era su vida después. Es realmente impresionante. Y allí acuden también norteamericanos para investigar sobre el pasado de familiares que entraron en el país por Ellis, consultas que se pueden realizar en varios ordenadores que acceden a la base de datos.


ROOSEVELT ISLAND


Es una pequeña isla (3,2 kilómetros de largo por solo 250 metros de ancho) en el East River casi a la altura de Central Park (ligeramente al sur), entre Manhattan y Queens. Este recinto isleño es ahora mismo una zona residencial para familias que buscan alejarse del bullicio de Manhattan y a la vez vivir muy cerca. Antes fue otras cosas mucho menos agradables.

Teleférico que comunica Manhattan con Roosevelt Island

La forma más sencilla de desplazarse es un teleférico que funciona desde el año 1976 al lado del Ed Koch Queensboro. Este puente cruza de Manhattan a Queens ignorando la isla, que viene a ser solo un punto de apoyo. El teleférico, sin embargo, es muy práctico ya que funciona de seguido y pasa cada pocos minutos; y barato, el mismo precio del metro.

Barco que recorre el East River haciendo de autobús fluvial

Nosotros elegimos la vía fluvial y tomamos un barco que sale del sur de Manhattan y va subiendo por el East River realizando varias paradas, la mayoría en la orilla de Brooklyn pero también en Queens y en la isla. Un trayecto sencillo cuesta 4 dólares, aunque hay bonos para 10 viajes con los que salen a poco más de 2 dólares.


Fue casi una excusa para ir viendo la fachada marítima de la ciudad.

Antigua refinería de azúcar transformada en edificio de oficinas

Hay viejas fábricas que han sido rehabilitadas como espacio para oficinas, como la de la imagen superior. Se trata de la antigua refinería de azúcar Domino, todavía en Brooklyn, y, aunque parezca que las paredes de la fábrica se han utilizado para el remozado inmueble, es solo un efecto óptico: detrás de estos muros, a 3/4 metros, se ha levantado un nuevo edificio de cristal parapetado tras los muros de ladrillo, pero desconectados.


Desde el barquito disfrutamos de las márgenes del río y sus impresionantes construcciones.

Manhattan desde el East River, todo un espectáculo

Cuando los ojos se dirigían a Manhattan el panorama arquitectónico solo lo podemos calificar de exuberante. Sin quererlo, nos centramos en un rascacielos de diseño especial, que según crece se va estrechando hasta llegar a un punto en el que vuelve a ensancharse. Como una persona sacando barriga y curvando la espalda hacia fuera.

Increíble inmueble de Thom Mayne en Manhattan

Según el barco giraba para acercarse a la isla nos dimos cuenta de que el inmueble en cuestión tiene un hermano gemelo idéntico, uno enfrente de otro, y que como a la altura del pecho están conectados. Es un edificio sorprendente y más tarde supimos que es obra del arquitecto Thom Mayne, premio Pritzker de arquitectura, el equivalente al Nobel. Y viniendo de Vigo nos suena todavía más, pues diseñó el centro comercial Vialia, sobre la estación de tren de Urzaiz. Este edificio de Manhattan forma parte de un centro universitario privado muy prestigioso con solo tres escuelas (Arquitectura, Arte e Ingeniería), y el rascacielos es conocido comúnmente como Cooper Unión, levantado entre los años 2007/09. 

Histórico cartel de 1936 que se mantuvo tras demoler la fábrica a la que identificaba

También en Queens sorprende este enorme cartel de Pepsi Cola, que se salvó cuando la planta embotelladora fue derribada hace ya varias décadas. Es un recuerdo del pasado industrial de la zona y se eligió para mantenerlo la Gantry Plaza, en Long Island City. Ahora mismo es un icono de la ciudad, rodeado de una zona verde y viviendas de alto nivel. 


Pasamos por debajo del Ed Koch Queensboro Bridge, y poco después el barco hizo una parada en la isla y descendimos para visitarla.

El puente Ed Koch Queensboro, inaugurado en el año 1909

Este puente en celosía tiene mucha historia y es el más occidental de los cuatro que atraviesan el East River. Fue inaugurado en 1909, setenta años después de que empezara a barajarse su construcción, que obviamente tardó en hacerse realidad. Cuando se habla de su precio se sabe que costó 18 millones de dólares de entonces.... y 50 vidas. Entre 1930 y 1955 había un elevador para subir/bajar los coches desde el puente a la isla, entonces llamada Welfare, antes Blackwell y ahora finalmente Roosevelt por el presidente norteamericano entre 1933 y 1945.

Roosevelt Bridge, que conecta la isla con Queens

Muy cerca del lugar donde desembarcamos se encuentra un puente, levadizo mucho más pequeño, el Roosevelt Bridge, que conecta desde un aparcamiento de vehículos con Queens, con dos carriles para coches y una acera peatonal. Aunque es levadizo, se abre en contadas ocasiones, normalmente en septiembre. En esa fecha tiene lugar la asamblea general de las Naciones Unidas y se clausura por seguridad el canal oeste del East River. Esos días forzosamente los barcos deben pasar bajo el puente.

Paseo peatonal en la isla Roosevelt frente a Manhattan

Recorrimos andando la mayor parte del perímetro de la isla, sin dificultad ya que un paseo la circunda. Y para más comodidad, junto al lugar donde llega el teleférico para un autobús rojo que se dedica a dar la vuelta por la isla y es gratuito. El visitante puede utilizarlo para tener una visión general de la isla, en la que solo hay una calle central.



En el lateral de Manhattan hay instaladas desde 1996 unas curiosas y un punto irónicas esculturas de Tom Otterness tituladas El matrimonio entre el dinero y el poder inmobiliario. Están colocadas sobre unos poyetes en el agua utilizados en el pasado para el atraque de barcos.


Muy cerca de estas curiosas esculturas, que desde el borde del agua inquieren al paseante con sus mensajes implícitos, se ha mantenido un antiguo muelle. Enfrente hay un local de restauración con unos enormes y cuidados jardines. Era un viernes por la tarde y se estaba celebrando una boda; los invitados disfrutaban un aperitivo sobre el río y después pasaron al interior, para la cena y la fiesta nocturna.

Faro de Roosevelt Island

Esta isla, que hoy no deja de ser un barrio de Manhattan separado por el río, tuvo un pasado oscuro y tenebroso. Durante buena parte de los siglos XIX y XX allí hubo allí instituciones que la convirtieron casi en el basurero de lo que Nueva York no quería cerca. Ahora es un lugar tranquilo, residencial, con familias paseando y mucho verde. En su extremo norte se mantiene un faro de 1872 que marcaba la ruta a una infame institución, la New York City Insane Asylum, un manicomio de fama horrible, pero no solo por este recinto era considerada una isla presidio. Había además un reformatorio, varios asilos para pobres y un hospital de beneficencia para enfermedades contagiosas. Curiosamente, el faro fue construido por un interno del manicomio, y la cárcel por los propios reclusos.

En su momento fue visitada y criticada por escritores como Charles Dickens y la periodista Nellie Bly, quien en 1887, dirigida por Joseph Pulitzer y su periódico New York World, se infiltró en el manicomio para denunciar los abusos, inaugurando el periodismo de investigación. Un trabajo que logró cambios importantes en una isla a la que no era fácil acercarse, aunque pocos querían hacerlo cuando se llamaba Blackwell Island. Pero de todo esto no es sencillo conseguir información, un pasado sobre el que la ciudad con seguridad quiere echar encima el manto del olvido.

Jardines y bola-espejo en los jardines junto al faro

Homenaje a Nellie Bly


Hoy día la historia de hambre, malos tratos, humillaciones e incluso muertes provocadas por los cuidadores y vigilantes parece imposible que hubiera ocurrido. Muy cerca del faro hay unas curiosas esculturas y un globo que refleja la gente y el paisaje. Salimos de la isla sin saber que estas imágenes de mujer (hay cinco o seis) se llaman The Girl Puzzle Monument y son un homenaje a Nellie Bly, por hacer algo tan extraordinario hace siglo y medio como sacar a la luz el infierno que muchos desgraciados vivían en la isla.


Ajenos a este oscuro pasado, nuestra preocupación al final de la visita fue escapar de la tormenta que se desató al caer la tarde. Forzados por el aguacero, desistimos de esperar el barco y salimos en el teleférico, que fue un hallazgo.


Tardamos solo unos minutos en montar y muy poquito en llegar a Manhattan, disfrutando de unas vistas espectaculares que ni el agua pudo evitar que disfrutáramos.

GOVERNOR'S ISLAND


Muelle de atraque de los ferries que conectan con Manhattan

A un kilómetro al sur de Manhattan y muy cerca de Brooklyn se encuentra otra pequeña isla, unas  80 hectáreas en la actualidad pero muchas menos siglos atrás, cuando los holandeses se instalaron allí antes de trasladarse a Manhattan. Por ello es considerada como el germen de la ciudad de Nueva York. Después, con la independencia norteamericana, vendrían dos siglos de uso militar hasta que en 1998 el gobierno federal la abandonó y ahora es un lugar de descanso y también sede de un experimento medioambiental buscando la sostenibilidad. Por ello, todas las instalaciones de la isla previamente son sometidas a un chequeo para garantizar cero desperdicios.

Mapa de la isla y las instalaciones que acoge

De forma natural, la isla tenía una treintena de hectáreas, pero a principios del siglo pasado se realizó un enorme relleno utilizando la tierra excavada para la ampliación de la estación de metro de Lexington Avenue. La isla ganó espacio hacia el sur, lo que en el mapa se observa con claridad.

Para variar de Manhattan, resultó que Brooklyn también tiene su skyline

El ferry tarda escasamente diez minutos en el trayecto y tiene un coste de 5 dólares, pero gratuito para mayores de 65 años (también para el público en general los fines de semana), una alegría en este caso para nosotros.

Nutrido grupo de escolares ultraortodoxas judías (supusimos) con ropa de invierno en un día caluroso

El ferry iba lleno de gente, sobre todo por la presencia de medio centenar de estudiantes, todo chicas, dato que junto con las ropas gruesas y medias a juego, impropias de un día de verano muy caluroso y un peinado similar y soso, nos hizo suponer que eran judías ultraortodoxas. Iban a cargo de varias profesoras y se dedicaron a disfrutar de un día de vacaciones en la isla.

Un rato después vimos a varios grupos montadas en estos cuadriciclos a pedales, que dada la temperatura no sabemos si era un disfrute o quizás un castigo. Aunque en la foto salieron serias, mayormente sonreían y bromeaban y tomaban muchas fotos con unas cámaras que parecían antediluvianas. Agobiados por el calor como estábamos, pese a la brisa, nos daban mucha mucha pena estas jóvenes forzadas a llevar ropas invernales y unas vidas tan ajenas al mundo que los rodea.

Manhattan desde la isla de los Gobernadores

Un paseo peatonal permite circunvalar esta isla en forma de helado de cono, y eso fue lo que hicimos. Aproximadamente, cuatro kilómetros.

Castle Williams, antiguo fuerte y posteriormente prisión

A poca distancia del muelle de los transbordadores se encuentra esta fortaleza, Castle Williams, muy parecido al fuerte Clinton, en Battery Park, y el mismo origen: instalar cañones para defender la bahía de Nueva York de un posible regreso del ejército británico tras la independencia. Durante la Guerra de Secesión sirvió de cárcel para soldados confederados y tras la contienda siguió como prisión militar. Durante la Segunda Guerra Mundial, la isla albergó un importante cuartel militar y un poco después sirvió de base de la Guardia Costera, pero en 1996 finalizó su historia como recinto militar.


Ahora la gente viene a descansar, y encuentras mesas y sillones para sentarse a la sombra disfrutando de la bahía.


Y también de la cercana Isla de la Libertad.


En la isla hay once kilómetros de senderos para bicicletas, una granja urbana, prados y jardines, lugares de pic nic, un spa, campamentos escolares, un área de tiendas de campaña, aparentemente bien dotada, pero que el día que estuvimos parecía vacía. Instalaciones que se han ido añadiendo desde que se abrió al público en el 2005. La medida ha sido un éxito y ya en 2022 rozó el millón de visitantes. Sin embargo, nuestro recorrido a pie fue de lo más relajado, algo que se valora mucho teniendo en cuenta que el distrito financiero de Manhattan está a diez minutos.


Cerca del muelle existe un agradable chiringuito mexicano donde tomamos un tentempié antes de regresar a Manhattan, bastante dignos los nachos de gambas y las quesadillas de carne con unas limonadas.


Y en este ambiente marinero nuevamente regresamos al ajetreo de Manhattan y Brooklyn


STATEN ISLAND

Para cerrar este capítulo isleño relatar la breve visita que hicimos a Staten Island, uno de los cinco distritos de Nueva York, que tiene 265 kilómetros cuadrados (casi como Queens) y medio millón de residentes. Como disponíamos de tiempo, buscamos cosas interesantes que ver en esta gigantesca isla, pero no hubo forma. No se resalta nada de ella para el turista, se insiste en que es una ciudad dormitorio y pese a ello tomamos el ferry y nos acercamos.

Ferry que une Manhattan con Staten Island

La excusa fue conocer un enorme outlet inaugurado años atrás, que por lo demás tampoco nos sedujo y en aras de la sostenibilidad hicimos compras cero. Pero el viaje en el ferry, unos 25 minutos, fue agradable y además gratuito. Funciona las 24 horas y todos los días de la semana (117 diarios). Transporta al año a 22 millones de personas. 

Puente de Verrazano-Narrows, que conecta Brooklyn con Staten Island

Desde el ferry disfrutamos de la vista del puente que facilita la conexión entre el distrito de Brooklyn con Staten Island, otra impresionante obra de ingeniería que data del año 1964 en una ciudad con puentes tan señeros. Desde su inauguración y hasta 1981 fue el puente colgante más grande del mundo con sus 1.300  metros del tramo central, pero aún hoy lo sigue siendo en Estados Unidos. Sin duda es muy conocido por ser el punto de partido de la maratón de Nueva York, y por debajo pasa la mayor parte del tráfico marítimo con destino a los puertos de Nueva York y Nueva Jersey. 


 Resumiendo, que el mejor recuerdo de Staten Island fue el viaje por la bahía, siempre un espectáculo.


 Por ello, en el outlet mencionado, situado junto al muelle del ferry, han instalado un fotocall para que los visitantes inmortalicen el momento. El sitio, sin duda, muy bien escogido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario