miércoles, 3 de julio de 2024

y 7) El metro de Nueva York, nuestra casa y actividades varias

El metro de Nueva York es muy antiguo (1904 la primera línea), muy extenso, la espina dorsal del transporte público de la ciudad, pero nada que ver con los metros europeos. Es más angosto, infinitamente más sucio, con claras muestras de antigüedad y algunas deficiencias que complican los movimientos del viajero. Realmente, después de dos semanas le cogimos el tranquillo, pero costó, y en ocasiones nos puso al borde de la desesperación. 

Ahora  contaremos nuestras vivencias al respecto, sobre todo para que si alguien viaja a la capital del mundo, pueda sortear las dificultades con mayor facilidad. Además, en esta entrada  contaremos como fue la experiencia en nuestro apartamento de intercambio en Brooklyn, que ya adelantamos que muy buena, y algunas otras cosas que hicimos en NY a mayores de lo ya relatado.

Plano del metro de Nueva York, una malla amplia e imprescindible para moverse

Nuestros problemas con el metro neoyorquino empezaron nada más llegar. Salimos del aeropuerto JFK en un tren que conecta con la red del suburbano, bien, limpio y rápido, y en el metro intentamos comprar dos billetes semanales (34 dólares c/u) denominado Metrocard. La información que habíamos obtenido por internet es que era el sistema más barato, ya que no se venden tickets para un viaje. Después sabríamos que la  información era incompleta y anticuada.

En el expendedor de tickets no hubo forma de sacar el semanal. No aceptaba la tarjeta, ni la siguiente, ni ninguna, y la Revolut de Ana se bloqueó de tanto intentarlo. Metíamos todos los datos, y en algún momento el proceso fallaba. Nos ayudó una amable empleada ante nuestro desespero, pero nada. Tampoco podíamos pagar en cash, pues la máquina no daba cambio.

La solución fue pagar el billete de ese viaje a Brooklyn con tarjeta en el propio acceso y dejar para el día siguiente obtener el semanal. Era una solución más cara, pero no hubo otra. Acto seguido, el metro desde allí a Brooklyn nos dejó un poco perplejos: vagones cochambrosos, anticuados, sucios, pero después de dos transbordos llegamos a destino, a unos 200 metros de nuestra casa, o sea, estupendo.

Estación típica: andén central estrechísimo para el volumen de viajeros y esta vez un tren aceptable

Al día siguiente, una vez hecha la compra, nuestro siguiente objetivo fue aclarar lo del Metrocard. Buscamos una estación grande donde hubiera personal (era domingo, pero eso en NY/USA cambia poco) y como estaba a un par de kilómetros aprovechamos para un primer vistazo peatonal a Brooklyn, que nos encantó. En la estación pedimos ayuda a la encargada del metro, igualmente dispuesta, que se brindó a gestionar la compra, pero otra vez fue imposible, no aceptaba ninguna de nuestras tarjetas. La señora sugirió que podía deberse a que eran de otro país (?), sorprendente respuesta en una ciudad multicultural como NY. 

Definitivamente no quedó otra opción que cambiar dinero en un quiosco de la estación y sacarlo con cash. Y así quedó la cosa. Sin embargo, a la hora de utilizar las tarjetas semanales en la máquina de acceso fallaba una o las dos, hacías nuevos intentos, se arreglaba, o no, y había que pedir ayuda al encargado de la estación... una desesperación. Llegamos a pensar que tendríamos que pagar viajes pese a disponer de tarjeta, y el personal de metro nunca nos daba una solución.

Pasados unos días encontramos la explicación: la empresa del metro quiere acabar con estos bonos semanales. Prefiere que los usuarios paguen con sus tarjetas bancarias directamente o a través del teléfono en el punto de acceso, para lo cual repite videos informativos en las pantallas publicitarias en el interior de los vagones. El importe es superior, pero cuando se hacen 12 viajes en el transcurso de 7 días seguidos con la misma tarjeta, equivalentes a  34 dólares, los siguientes desplazamientos son gratuitos así que el resultado final es el mismo que con la Metrocard. Tras saber esto, la segunda semana pagamos cada viaje con tarjeta y todo fue perfectamente. Un alivio.

Respecto al metro, su estándar de calidad es inferior al de Madrid o París, por señalar algún ejemplo cercano: hay vagones antiguos y en deficiente estado (otros no), el nivel de limpieza a veces deja que desear y en general las estaciones y los andenes son de dimensiones reducidas y más con sus cifras de usuarios. El metro de Nueva York mueve al año 1.090 millones de viajeros con sus 394 kilómetros de red; el de Madrid, 662 millones pero en solo 294 kilómetros.

Otra cosa que nos complicó a veces la existencia fue que dentro de la estación no puedes cambiar al otro lado de la vía. En esos casos no queda otra que salir al exterior y entrar por otro acceso.  Posiblemente se deba a la antigüedad o a una falta de inversión a la hora de construirlo. Por ello, antes de entrar había que confirmar que era el acceso adecuado. No existía la opción prueba-error ni paneles informativos claros para asegurarte de que el tren que llegaba era realmente el tuyo.

Coney Island, una playa enorme en el acceso a la bahía de Nueva York

Dentro de la bahía de Nueva York no hay playas ni tampoco vimos zonas habilitadas para el baño. Por conocer el lugar donde pueden refrescarse los neoyorquinos nos desplazamos en metro hasta Coney Island, una playa enorme en el punto más al sur de Brooklyn.

Paseo marítimo de madera en Coney Island

Es una playa de carácter familiar con un largo paseo lleno de servicios, fundamentalmente restaurantes y tiendas de complementos y servicios para el baño.

Parque de atracciones para divertir a los más pequeños en Coney Island

Una zona del paseo está llena de grandes atracciones de feria, conformando casi un parque pero sin estar vallado. La gente se mueve por allí con libertad y los pequeños pueden montar donde lo deseen, obviamente pagando.

Dunas en Coney Island

Es un arenal abierto al mar,  muy natural, en la que se están recuperando algunas áreas dunares. Pero no hay nada que anime un paisaje monótono, ni rocas ni tampoco árboles.


Era una jornada calurosa de jueves al mediodía y había gente, pero no multitudes, bastantes familias y grupos de amigos disfrutando de las vacaciones escolares.


En segunda línea de playa elegimos un restaurante italiano, agradable y con poca gente a esa hora un tanto tardía para comer, donde tomamos una pasta y una ensalada. Bien, y con un aire acondicionado a la temperatura adecuada.

Edificio principal de la ONU en Manhattan

La víspera de abandonar NY contratamos un tour para conocer por dentro la sede de la ONU, archiconocida para todos. Nos hacía ilusión visitar un lugar tan especial y que con frecuencia aparece en las noticias, pero ya adelanto que nos defraudó. Esperábamos más.


El edificio principal en altura no se visita ya que, entre otras cosas, debe tratarse de oficinas sin interés. El recorrido se realiza en un anexo mucho más bajo donde están las salas de reuniones y el amplio auditorio que acoge todos los años en septiembre la asamblea general.

Uno de los murales existentes en el interior de la ONU, obra de Vela Zanetti, que representa los derechos humanos y la lucha de la humanidad por conseguir una paz duradera

Una guía, empleada de la ONU, fue explicándonos los sitios que visitábamos sin la menor pasión ni interés, lo que influyó en el resultado. Sus apreciaciones carecían de relevancia y se limitaba a datos tales como los países que habían donado las obras de arte que veíamos e informaciones banales relativos a la actividad de la ONU.

Sala donde se reúne el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas

Excuso decir que era un tour de pago, pero la inexpresiva guía se centraba en lo accesorio y en todo momento nos arreaba para acortar la visita, que fue bastante breve e insustancial.

Humanidad y esperanza, del danés, Starcke, en madera y donada por Dinamarca. 


El plato fuerte de la visita fue el acceso al gigantesco salón de sesiones de la asamblea general. 


Encima del atril principal, el conocido emblema de las Naciones Unidas.

Sala del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas

Mosaico de La regla de Oro donado por EE UU

El mosaico de La regla de Oro, basado en una pintura de Norman Rockwell, muestra a personas de todos los credos y de todas las razones con una enorme dosis de respeto. Ensalza los valores de los derechos humanos a los que la ONU ha consagrado su existencia. Fue donado por Estados Unidos en 1985, con motivo del 40 aniversario de este organismo internacional.

Vista del East River y al fondo el distrito de Queens

Después de recorrer en una rápida cabalgada las principales salas de reuniones de la ONU y contemplar algunas de las obras de arte donadas por diversos estados, finalizamos la visita un poco chafados.

Estatua de un Mandela a tamaño natural y sonriente en el vestíbulo de la ONU

De salida dijimos adiós al histórico recinto saludando junto a un alegre Nelson Mandela, estatua donada por Sudáfrica.


Como despedida, un contador dentro de Naciones Unidas en el que se informa del gasto diario en armamento en el mundo, inversión que llevan a cabo los países que la integran y a los que no parece afectar mucho este mural que lo censura. Al margen de todo lo anterior, la identificación y las medidas de seguridad para acceder a la ONU, por encima de la media, que ya es decir.

Vestíbulo principal del MOMA, Museo de Arte Moderno de Nueva York

En un plano digamos cultureta, reservamos un rato para conocer uno de los museos principales de la ciudad, el de arte contemporáneo, el conocido MOMA. Como en cualquier otro lugar en esta urbe, colas en el acceso y medidas de seguridad, pero todo muy rapidito. Nos hicieron un descuento de 7 dólares en la entrada por ser talluditos y todo bien.

Los amantes, de Magritte

Tres músicos, de Picasso

El MOMA tiene seis plantas y subimos a la superior y descendimos planta por planta, echando un vistazo en todas ellas. O sea, incumplimos las recomendaciones que descartan intentar abarcar todo el museo en una visita.
La serpentina, de Matisse

Estuvimos allí unas tres horas, más o  menos y en ese rato pasamos muy rápido por la superior, con exposiciones temporales que no nos atrajeron demasiado, dedicamos un rato más amplio a las salas con los monstruos de la pintura y escultura de los dos últimos siglos, y aceleramos el paso en el resto, pero con los ojos muy abiertos. Impresionante.

La esperanza, de Gustav Klimt

La noche estrellada, de Van Gogh

Por el resumen de las fotos que hicimos es fácil hacerse a la idea de lo que más atrajo nuestra atención, y creemos que de la mayoría de los presentes por lo llenas que estaban esas salas.

La musa líquida, de Natalie Bovis


En el plano arquitectónico, el edificio del museo nos gustó, con un hall en el que una de sus paredes permitía ver los pasillos de las plantas superiores. También contaba con abundancia de lugares donde sentarse y descansar.

Patio interior del MOMA

Conjunto inclasificable en el MOMA elaborada con cientos de peluches, obra de Mike Kelley

Como despedida, os dejamos esta imagen curiosa de un conjunto formado por cientos de peluches de todo tipo en el que han primado su color para conformar una especie de serpiente o un corderito,o lo que cada uno vea o interprete. Es obra del artista polifacético de Detroit Mike Kelley, fallecido en 2012, subversivo y provocador, cuya obra se expone en relevantes museos. Cómo músico, colaboró con Iggy Pop.

Ranas vivas a la venta en el mercado de Chinatown

Antes de cerrar el blog, algunas imágenes que han quedado fuera de todas las entradas. La de arriba fue obtenida en el mercado chino-chino para chinos de Chinatown al que nos llevó nuestra guía. Son ranas que venden vivas para consumir las ancas. Las pobres miraban fijamente a la fotógrafa como pidiendo ayuda.... 

Listado de misas en una iglesia católica de Chinatown

Dentro de este  mismo barrio asiático, en la iglesia católica de la Transfiguración, San Jaime y San José, un cartel detallaba los horarios de las misas y los idiomas en que se ofician: inglés, mandarín, cantonés y chino, este último no sabemos a qué variante corresponde. 

Escultura de Helen Draves, Esperanza, en alusión al fin de la pandemia

Finalmente, una bella escultura con un mensaje transparente, el de una mascarilla que se va deshaciendo y de la que salen pájaros que inician un vuelo en libertad. Hace alusión al fin de la pandemia y la vuelta a la normalidad. Está colocada en Riverside Park, el parque lineal junto al Hudson.

Entrada a nuestra vivienda en Brooklyn

Para el final hemos dejado nuestro nido neoyorquino, el apartamento que nos cedió una pareja joven con la que contactamos a través de Home Exchange. Es una vivienda pequeña, prácticamente de un solo ambiente en el que están un salón, la cocina-comedor y un baño, bien dotada y suficiente para una pareja.

Vista desde el dormitorio a los patios traseros de estos edificios

Imagen del salón y las ventanas que dan a la calle

Amplia mesa para comer junto a la cocina

Dormitorio, con un pequeño baño completo a su izquierda

La planta del apartamento tenía ventanas a la calle delantera y  llegaba hasta el patio, ocupando toda la planta del inmueble. En el intercambio de vivienda no tuvimos ningún problema, todo funcionó a la perfección y si alguna duda hubo, sus titulares nos lo solucionaron tras comunicárselo. Mientras estábamos en Nueva York, dos familias de Lleida (cuatro adultos y dos niños) ocupaban nuestra casa en Vigo. Una forma de contribuir al sostenimiento ya que en lugar de estar vacías durante los viajes, ambas viviendas tuvieron ocupación. Fue un motivo más del éxito de esta escapada a Nueva York que no olvidaremos.

1 comentario:

  1. Cati al teléfono..NY es precioso..gracias a vuestro Block me he acordado

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